Les comparto algunas crónicas interesantes de escritores colombianos.
© Vallejo, Maryluz. Medio Siglo de Oro de la Crónica en
Colombia.
©Emilia Pardo Umaña
"Emilia Pardo Umaña"
Nació en Bogotá en
1907 y murió en 1961. Se destacó en los treinta por su estilo insólito para una
mujer de la época, con su tono zumbón y su audacia en el enfoque de los temas.
Emilia llegó de las salas de brigde y de los “coctail-parties” a las
desvencijadas salas de redacción, pisando fuerte, gritando y fumando como
cualquier varón. “En 1934, en la página social de El Espectador, comenzó a salir sin firma una columna despierta,
confianzuda y picante que trataba a todos de tigo y migo, sin mucha
consideración”, dice Camándula en la recopilación La letra con sangre entra (1984).
Durante nueve años
sostuvo su columna diaria, que firmaba Emilia,
en la que pasaba de la burla a la crítica más feroz, con o sin argumentos. Pero
sin duda la columna más exitosa era Ki-ki,
la doctora en amor, de la que se presenta una muestra en esta selección. De El
Espectador salió peleada para El
Siglo, y luego escribió El Tiempo,
la revista Sucesos y el semanario Sábado. Curiosamente, siendo conservadora hasta la médula, según
su confesión, escribió cómodamente en la prensa liberal.
Desde una concepción
de avanzada, Emilia nunca se vio en la disyuntiva de si poetizar o politizar la
realidad. Su compromiso era únicamente con sus ideas. En general se ocupaba con
gracia y naturalidad de temas cotidianos que afectaban los bolsillos, los
nervios y el corazón, con su implacable sentido común. Cualquier detalle de la
vida diaria podía ser magnificado o trivializado en sus columnas. Era una
cronista vigorosa que narraba con toda sencillez, buscando un tono casi
confidente con el lector, informal y subjetivo.
En el retrato de
“Emilia”, publicado en Sábado27, Ernesto
Hoffman Liévano escribe: “Emilia es para El
Espectador lo mismo que, según Juan Lozano, Laureano Gómez es para
Colombia: un mal necesario. Porque esta cronista sostiene un número de lectores
para su periódico que no ha conseguido ni don Luis Cano con sus editoriales, Ulises con sus comentarios y pronósticos
internacionales, el mono Salgar con sus reportajes, y Próspero con su Mirador.
A Emilia se la lee, pese a cuanto se diga, y por sus opiniones se guían las
gentes, y con sus argumentos se discute y con sus errores y aciertos se yerra
[...]. Hablar de medicina, de toros, de teatro, de música es para Emilia como
hacer palotes. En sus dos columnas se lanza al ristre todos los días contra
alguien o algo. Nunca le importó meter la pata”, anota Hoffman.
De Emilia Pardo queda
su única novela: “Un muerto en la legación” (1951). Y como su muerte en 1954
coincidió con los duros episodios de censura del régimen militar, escasearon
las notas necrológicas. La historia apenas le reconoce haber sido la primera
periodista en Colombia.
LOS INMIGRANTES
"LOS INMIGRANTES"
Decir que no
necesitamos inmigrantes es una tontería de las grandes, pero decir que
necesitamos la inmigración que nos llega es una imbecilidad. Una de aquellas
imbecilidades que no tienen perdón de Dios.
Este país nuestro
cultiva morbosamente la falta de buen sentido; heme informado de que están
trayendo papa holandesa en preciosos empaques, cosa indudable, porque el
holandés tiene el sentido de lo armonioso y bello, y de que piensan traer
semilla de papa americana. No es por criticar, pero quienes tan bonita idea han
tenido para bajar el precio de la papa merecerían ser condenados a la hoguera.
Lo mejor que tiene Colombia, salvo, naturalmente, la ciudad de Cartagena y el
Museo del Oro del Banco de la República, que no son comibles, es la papa. La
mejor del mundo. Pero, ¿no se sabe cultivar? ¡Puede ser, pero no traigan papa!
Traigan familias de inmigrantes italianos, que son expertísimos y que sería la
inmigración ideal. El italiano por familias, no el aventurero, que de cualquier
parte del mundo que sea, es una pésima inmigración. El italiano de los
alrededores de Siena, de Asís, de Padua, de cualquier región de Italia, vive
pobremente y labora mucho. Es inteligente y tiene ese fino sentido del arte que
nunca podrá dejar; las familias son acogedoras y la raza es linda. Nosotros no
podemos continuar buscando dizque para traer nueva sangre, a la gente más fea
del mundo. No podemos, porque el colombiano, que es inteligente, que tiene un
extraordinario sentido de adaptación, que estudia los medios y logra hacerse a
ellos, gracias a esa invaluable herencia indígena que nos dejaron los chibchas,
tiene en su contra que es horrible. Chiquitín, morenucho, no de músculos cortos
sino de músculos de ibia, horrible.
O traigan vascos, pero
vascos, también excelentes trabajadores y leales y sobrios. O polacos de
Polonia, poloneses, que no son esas gentes que aquí llamamos, sin saber lo que
decimos, “los polacos”. Nos hacen falta buenos amoladores, buenos artesanos,
buenos agricultores. Pero nos sobra lo que llega: yo vine en un barco de
inmigrantes y casi lloré de desesperación.
Todo lo que no es de
ninguna parte del mundo, mezclas de judíos, porque no son siquiera judíos
puros, pero sí el italiano-judío, el seudo-alemán, seudo-francés-judío, el
árabe sin patria, que no es francés, ni español, ni árabe esa gente sucia,
descuidada, abusiva, eso es lo que viene a Colombia. No aprenderán nunca ni el
idioma; vienen a explotar trabajando mucho, ahorrándolo todo, odiándonos de
antemano, sin un escrúpulo, sin una ambición para dejarnos algo. Ganar, de
cualquier modo, e irse.
Y cada barco deja
cien, doscientos seres de éstos. ¿Cómo lograron las visas? Porque Colombia, que
para la inmigración es la nación más cerrada del mundo —quizá también la que
más inmigración necesita— no sigue el menor plan para seleccionar su
inmigración. Excepto la inmigración española excelente que, por casualidad y en
número muy reducido, nos llegó entre el año 37 y el año 40, aquí llega siempre
lo peor del mundo.
Lo bueno se queda en
La Guajira, en Curazao, en Aruba, o sigue al Ecuador, Perú, Bolivia, Chile. Y
en Buenaventura, ya con su gesto de desdén, altaneros, sin hablar una palabra
de castellano, sin pensar aprenderlo, con sus listos ojos codiciosos, se quedan
unos inmigrantes que ya... ¡ya!
No: o que nos traigan
una buena inmigración de Italia, de Yugoeslavia, del país vasco, ¡o que nos
dejen solos!
El Tiempo, 12 de octubre de 1950.
“L’AUTORIDA”
"“L’AUTORIDA”"
Nuestro cuerpo de
policía, de tiempos inmemoriales hasta nuestros días, ha sido el más
característico reflejo de la vanidad, fatua, pedante y carente del sentido de
las responsabilidades; no encuentro una comparación adecuada si no es en los
conocidos y poco apreciados “cachacos de pueblo”. Un buen día, cuando Bogotá
debía tener dos o tres mil habitantes, el señor alcalde contrató tres o cuatro
individuos, les puso un uniforme, que en aquellas épocas, duraba todos los años
que viviera su dueño; les dio un bolillo y quedaron convertidos en los
representantes de lo que dominaron nuestras “criadas”, con los pequeños ojos en
forma de ranura de alcancía, deslumbrados, y las bocas sensuales abiertas,
dejando ver los maravillosos dientes sin una carie: “L’ autoridá”.
Nuestros hombres se
hincharon, como las cigarras en tierra caliente, y pasearon sus satisfechas
humanidades por calles y plazas, conduciendo a la central a todo el que, en su
opinión, había cometido una falta. Siempre eran candidatos de preferencia para
llenar la cárcel, el hijo del compadre odiado, de la tendera de la esquina,
etc. A medida que las necesidades lo exigieron, el organismo policivo creció,
llegó a tener uniformes correctos, se ocuparon de él los poderes dirigentes,
trataron de inculcarle nociones del deber, etc. De todo esto hace muy poco
tiempo; tal vez únicamente de diez años para esta parte se ha comprendido con
enorme esfuerzo la labor necesaria de civilizar al policía, a fin de que se
entere de la gran misión social a que está destinado, y que no es la de
enamorar maritornes, más o menos tiernas, según los años y kilos que lleven a
cuestas.
Sin embargo, no ha
sido posible desterrar completamente de este cuerpo la costumbre de abusar de
la autoridad de que se hallan investidos y que, por lo general, aun cuando hoy
día en proporción afortunadamente mínima, les queda grande. Pero, uno de los
más notables defectos de nuestra policía en general es su carencia total de
sentido común. En cuanto ignoran algo, desconcertados, asustados y temerosos de
no estar a la altura del uniforme nuevo y del boliche recién torneado, optan
por las medidas bruscas, dándose cuenta de que si logran que la víctima “les
falte al respeto”, ya de hecho quedan en buen pie. En esta forma, lectores, fue
como logró llevarme a mí uno ante los jueces, dizque “por desobediencia y
desacato a ‘l’autoridá’”, y ponía la queja con aire pedante, sufriendo creo que
la más terrible desilusión cuando el juez no estimó mi falta suficiente para
hundirme por tres o cuatro años en un calabozo.
Este fue el curioso
caso de ayer: una muchacha, con su bella silueta gentil, su sombrerito de
última moda, quien parecía la cachucha de un jockey, sus labios rojos,
finamente retocados por el lápiz; sus orejas color violeta y sus medias
transparentes, pérfido invento de los modistos, ya que hacen la pierna aún más
suave y sugestiva que al natural, tuvo el capricho, simpático y alegre, digno
de todas las alabanzas, porque fue despreocupado y original, de hacerse lustrar
sus lindos zapatitos de glasé en la plaza de Las Nieves, viendo el correr
rechinante de los tranvías, y el lento desfilar de los hombre indolentes y
admirativos. El señor agente se desconcertó; ¿tal cosa estaría permitida? ¿y si
lo estaba por qué no lo había hecho ninguna antes? Reflexionó y lentamente, en
su cerebro plano, obraron las influencias mentales que heredó con la sangre de
sus antecesores. “Todo lo nuevo es malo”, se dijo; y la solución brilló en su
fisionomía clásica, achatada hacia las narices y levantada hacia los pómulos.
Enérgico, se vino sobre nuestra alegre damisela y le intimó prisión.
Estamos, pues, es esta
capital de una república que, en cuestiones políticas deja “regados” a Marx y
demás apóstoles, que se ríe de Romeo y de Julieta, en el campo sentimental y
sabe de modas, perfumes y toiletes, como un Word, o un Patou: capital en la que
un policía se siente amo y dueño de la moral, en pleno año de 1936 y decreta
que una mujer que se “embola” debe ir a la cárcel. ¿Por qué? Supongo que
alguien habrá que dicte al respecto una providencia y ponga coto a las
iniciativas de estos respetables funcionarios públicos.
Marzo 7 de 1936.
Consultorio
Sentimental.
CONTESTA KI-KI.
DOCTORA EN AMORTC "CONTESTA KI-KI. DOCTORA EN AMOR"
Tengo treinta años.
Estoy enamorado de una muchacha de catorce, pero aunque ella me quiere, en la
casa se oponen por la diferencia de
edades. Aun cuando soy suficientemente rico, quiero tanto a esta niña, que le
he dicho que puedo esperarla dos años para que nos casemos. Al padre como que
no le suena la cosa, y le ha prohibido toda clase de correspondencia conmigo.
La madre me quiere mucho, pero uno de los hermanos me amenaza con matarme si
insisto en mi cortejo. ¿Qué hago?
Desesperanzado
Insista decididamente,
a ver si lo matan. En este país nunca se cumplen la amenazas; podría ser que
ésta resultara, y Wilde dice que ninguna experiencia es despreciable. Ahora,
ésta mucho menos. Insista. No sé por qué me imagino que su futuro ex cuñado es
hombre de armas tomar.
Contesto a Enamorada
Usted escribe demasiado largo, y eso está mal, por lo menos en lo
que a mí respecta. Probablemente usted exagera los dos amores: el suyo y el de
él. Simpatizan únicamente, al menos hasta ahora. Posiblemente ambos crean estar
enamorados, pero la cosa no pasa de ahí. Creo que debiera invitarlo muy
sencillamente a tomar el té un día, pero con otros amigos y amigas, para que él
no pueda suponer un interés excesivo que la perjudicaría. Esté con todos, y
también con él, muy amable, agradable, animada, pero para ninguno tenga una
diferencia especial. Convendría que averiguara, si las cosas siguen
adelantando, algo, y ojalá mucho, sobre él. Los extranjeros, cuando no son
excelentes, son lo peor en que puede armarse una mujer. No hago consultas ni
respuestas particulares, pero según anden sus asuntos, puede escribirme cuantas
veces usted quiera. Con una corta introducción, para que la reconozca, y
dejando de lado muchos detalles que nada valen, como aquello de que la creen
coqueta, que su genio fue antaño alegre y juguetón, que hoy es pensativo y
romántico, etc.
***
Hace ya muchos años me
casé por amor, es decir, sin un centavo ella y sin un centavo yo.
Afortunadamente, mi buena salud y vocación para el hogar me han dado el título
de esposo modelo, aunque sufriendo en silencio las amarguras de la pobreza. Mi
mujer es extraordinariamente buena. Señora en todo sentido, pero ahora, después
de 15 años de tranquilidad matrimonial, cuando la educación para seis
mujercitas pone en jaque el presupuesto de mi sueldo, se ha rebelado contra la
pobreza, sin prestar oídos a mis reflexiones de optimista, de tal manera que ha
logrado asustarme; he comprendido los peligros de la miseria, y lo peor de
todo, mi incapacidad absoluta para producir más o proponerme ahorrar. Soy
empleado de nacimiento y con 50 años de edad.
¿Qué debo hacer?
Resignarme a escuchar un eterno sermón de amargas verdades irremediables sobre
lo que he debido hacer: no casarme sin tener casa propia, economizar en la
juventud, etc. ¡Imposible! Mi sistema nervioso no lo permitiría. Si continúo
así, tengo la seguridad de suicidarme a la hora menos pensada. ¿Aceptar la
discusión e intentar convencerla con argumentos en contra? He agotado todos los
medios imaginables de convencimiento, los argumentos afluyen a su imaginación
de tal manera, habla doscientas cincuenta mil veces más que yo, y para evitar
una molestia definitiva he tenido que enfurecerme y dejarla hablando sola; así
es que tanto ella como yo vivimos en una azarosa expectativa. Ella
probablemente esperando que yo haga algo raro, y yo temiendo interrumpir el
silencio. Esa presión nerviosa nos tiene a ambos malhumorados y locos. ¿Qué
debo hacer?
Un calentano
También es que las mujeres son de una necedad incorregible! Se pasan
su vida de solteras poniendo trampas, urdiendo ardides, haciendo planes y
desarrollándolos, para lograr que el novio se case con ellas. No lo esperan a
que acabe de estudiar, no lo dejan pensar, lo subyugan, lo convencen y después
resultan con que ellos se casaron y ellas dizque no sabían lo que hacían,
cuando no pensaban en otra cosa. Claro que su mujer habla doscientas cincuenta
mil veces más que usted. ¡La más callada sobre la tierra habla quinientas mil
veces más que sesenta oradores demagógicos reunidos! Pero el matrimonio hay que
llevarlo a dos, con todas sus complicaciones, que son, por cierto, muy fáciles
de prever hasta para el más lego. ¿Qué hacer? No le veo salida. No la
convencerá usted ni la convencerá nadie. Cuando a las mujeres les da por creer
que es fácil hacer plata, nadie les saca esa idea de la cabeza.
Envíele un hombre
respetable, viejo, sabio, ojalá un sacerdote o un tío, para que le diga que
usted se casó siendo un hombre pobre, y que como tal ha cumplido plenamente
hasta donde ha podido. Que si ella no podía vivir así, y necesitaba mejores condiciones,
ha debido casarse ella con un rico. Que piense en sus niñitas y trate de
hacerle a usted la vida fácil. No dará ningún resultado, pero ensaye. A la
próxima discusión, ciérrela definitivamente, diciendo que puesto que usted no
puede hacer más, dejará la casa y en paz. Y tal vez éste podría ser el momento
de practicar la sabia máxima de Balzac: “El poder no consiste en pegar siempre
o con frecuencia, sino en pegar oportunamente”.
El Espectador, 7 de enero de 1938.
© Vallejo, Maryluz. Medio Siglo de Oro de la Crónica en
Colombia.
©Fidel Torres González
"Fidel Torres González"
(Mario Ibero)TC "(Mario Ibero)"
Más conocido como Mario Ibero, comenzó sus andanzas en Zipaquirá, en 1898. Poeta,
político y periodista, trabajó en El
Espectador entre 1923 y 1927, y luego en El Tiempo entre 1927 y 1929. Sus crónicas de El Tiempo sobre el revolcón político de 1930 fueron recogidas en el
tomo “Andanzas de Mario Ibero”. Con este seudónimo también publicó populares
series de prototipos colombianos y de bandidos famosos en el semanario Sábado, en los años cuarenta.
Alternó el periodismo
con la vida de funcionario público y ocupó cargos como el de concejal de
Zipaquirá, inspector general de la policía y representante a la Cámara.
EL PAISA
"EL PAISA"
En el hablao, en el
caminao, en la facha se le conoce a leguas. Cuando está cerca, se le lee en los
ojos antes de que despegue los labios... Producto superior estrafalario, exponente
el más “pateperro” y rebuscador de toda una raza, no digo que planta su tienda,
sino que tiende su ruana o da rienda suelta a su labia en cualquier parte del
mundo donde haya con quién hablar en cualquier idioma o dialecto, en último
caso, en letras de mano... Tipo popularísimo único, sienta sus reales donde
haya modos de hacer un “desenvolate” relámpago de poner a bailar las “muelas de
Santa Polonia”, de beberse un aguardientico cada... minuto, de rasgar un tiple,
de cantar un bambuco, de contar un cuento... verde, de hacer gala de una
exageración o de gritar apenas pasa por cerca de un policía: —¡Eh, Ave María
Purísima, viva el gran partido liberal!...
También donde haya
facilidad de fijar este cartel, o uno similar: “Se compran güesos de gallinazos
jóvenes, se arreglan monóculos, se cambean estribos de cobre por planchas de
bapor, se domestican micos, se laban perros a domisilio y se REGALAN por 50
centavos polvos para enamorar a las más resistidoras! Ausoluta res herba!”. Lo anterior es una de las carnadas que
em-plea para “pescar marranos” en seco y para confirmar su universal fama de
buscalavida, EL PAISA, antioqueño! “El paisa” ejecuta todos los oficios y
ejerce todas las profesiones lícitas e ilícitas habidas y por haber, y nunca,
por ningún motivo, echa pie atrás ante ninguna dificultad. ¡Es capaz de llevar
a cabo una operación de alta cirugía a dedo limpio o enseñarle japonés a una
lora... vieja!
A nada que le
propongan dice que no. Si está varado y lee en un diario que se necesita un
técnico en fabricación de telas de seda, se presenta como el as sobre la
materia, y hasta agrega: —Vea, pues hermano...¡Y si le escasean los gusanos de
seda, no se afane por tan poco, que también le jalo ... a eso! Y con seguridad
si se lo propone o se lo proponen, al rato estará produciendo, ¡quién sabe con
qué parte del cuerpo, pero en todo caso produciendo seda, seda vegetal, o
animal o química, y... legítima! “El paisa” nació para “hacer plata” sin hacer
nada o haciendo las cosas más raras del mundo. ¡Qué imaginación, qué audacia,
qué chispa, qué frescura la que se carga el más típico de los colombianos, el
más excepcional de los suramericanos, el más marrullero de los antioqueños!
“El paisa” es un
producto exclusivo de Antioquia, la que tiene por capital departamental a
Medellín, y, para despistar, por capital nacional a Bogotá, y por capital
continental o mundial, la ciudad del pueblo, la aldea o el ventorro donde
cualquier pareja de “paisas” se haya asociado para explotar un observatorio
astronómico portátil, o para adivinar la suerte bajo la razón social de “Abdul
y Alí Baba, fakires orientales”...
Mientras el
antioqueño, propiamente dicho, llega a ser presidente de la república, o
gerente, o dueño de “medio Bogotá”, digamos, y primate en el comercio, en la
industria, en la banca, “el paisa”, indefectiblemente, llega a ser el más
“perro”, el más ladino, el más entrador de los antioqueños que pueblan el
mundo! Su máxima aspiración en la vida es no tener que trabajar... en nada
fijo. Jamás pide limosna. Sus armas predilectas son la barbera y la labia. La
segunda le sirve de llave, de ganzúa, de escalera, de palanca, de ascensor y de
comida, de bebida, de posada y de potrero...Con la barbera se defiende, ataca,
amenaza se abre campo y, si se le ocurre, abre un salón de peluquería y hasta
un salón de belleza, a la vuelta de cualquier esquina, o en despoblado...“El
paisa” todo lo vende, lo cambalachea todo, lo juega todo, todo lo “quema”,
menos la navaja de barba. Y recorre todos los caminos del mundo cantando, “descrestando”,
envolatando a media humanidad y echándose al hombro a la otra media a punta de
exageraciones, de dichos y de cachos... ¡También acompaña todos los
sepelios...antioqueños! Siempre anda limpio, pues lo que coge se lo bebe en
aguardiente, o lo juega a los dados, o lo invierte en un negocio...ambulante.
Nunca se acuesta sin haber comido...“de gorra”, y casi siempre está
“amanecido”. Alegre, vivaz, “perdido”, avispado, azaroso, locuaz, “tigre
gallinero” para las mujeres, una “lanza” para atrapar el centavo, la “mar de
fiera”, para los tratos, les vemos vendiendo específicos contra todas las
enfermedades, contra las mordeduras todas, sobre una mesa desvencijada en las
plazas de mercado, o inventando jugarretas de toda laya para desplumar a los
encantos y los más listos durante las ferias pueblerinas, o armando gresca en
todas partes, o recitando en las trastiendas, o sableando a los paisanos o a
los ...zoquetes, o echando piropos a diestra y siniestra, o vendiendo “micas” a
domicilio... ¡En todo caso, siempre está en actividad!
Como los antioqueños
son tan unidos y en ninguna parte del mundo falta, uno “establecido”, cuando un
“paisa” llega al Polo Norte, o a la Cochinchina, o a Faca, lo primero que hace
es averiguar dónde vive el antioqueño, y segundos después comienza a actuar:
—¡Eh, Ave María!...Pero ah, lindo que te está ventiando por aquí, no?... No me
digás, hermano...Pero qué bien surtidito tenés el chuzo!...—Se hace lo que se
puede...—El corazón sí me decía de Medeyín qu’este era mi patio Hijuel diablo
pa güeno!...
—Y vos quién sos?— ¿Pero no ti acordás, hombre?... Pues Muñoz Jaramiyo, de los nacidos en el marco e la plaza de Berrío, primo del dotor Jaramiyo, el mejor médico que ha dao Antioquia, pa que sepás!¿Ti acordás? Pues el sobrino de Esteban, de mi tío Esteban, el que le jala hasta dormido hasta las finanzas!... —Cómo no hombre, si yo también soy Jaramiyo, por parte de madre... Hasta parientes seremos con vos...Bueno, ¿y a qué vinítes para aquí?...
—A buscar trabajo, hermano... Si querés t’echo la historia...Pero pa qué vamos a perder el tiempo si ya sabés que somos de los mismos, mijo...Y en esa forma “el paisa” queda instalado en el pueblo, y después de “hacer plata” al amparo de su “pariente”, coge camino de la noche a la mañana en busca de otro miembro de su parentela del marco de la plaza de Berrío...
En materia de
exageraciones, son incomparables. Capítulos y capítulos podrían escribirse al
respecto. Anotaré a vuela-máquina unos pocas, cogidas al vuelo:Como en
Antioquia no se desperdicia nada y allá existe el culto de las flores, los
“vasos de noche” una vez son dados de baja por su manifiesta inutilidad debido
a que se perforan con los...años, son empleados para sembrar geranios, los que
se sacan a lucir en los balcones o corredores, de las casas campesinas. “El
paisa”, para exaltar de paso esta antioqueñísima costumbre popular, dice, al
hablar, por ejemplo, del General Ospina: —¡Era más antioqueño que un geranio
sembrao en una vaciniya! Para denotar que un hombre es demasiado amigo de ganar
dinero, agrega: —Este es capaz de morirse, pa poder alquilar la casa... Para
ponderar lo difícil de una empresa colombiana:
—Es más fácil sacar una “guaca” en el aire!... Para expresar lo arruinado que está el comerciante fulano: —¡Conozca!... ¡Está más quebrao que una carga de canela!... Cuando la vida en un pueblo es muy “jarta”?: —Allá se aburre uno hasta besando a la novia... Para describir al que le saca “música” a todo: —¡Este es capaz de sacarle capul a una calavera!... Para “retratar” lo ladrón que es cualquiera: —¡Este carga secante pa podése robar hasta las manchas de tinta!... Cuando alguien tiene una “lora” en una pierna y quiere encarecerle que se cuide mucho, se lo dice así: —¡Esta es de las tragonas!...¡Es pior que la llaga de Merejo, que se comía hasta las patas... de la cama!
En cuanto a cuentos,
“el paisa” es inagotable. Va éste, que podría titularse “en vía dos mandaos”:
Una vez un “paisa” dizque inventó un tónico para rejuvenecer y se fue a
pueblearlo y a escampar matrimonio, de paso... La mujer era muy celosa y un día
le cayó sin avisarle a Armenia, donde a la sazón “el paisa” tonificaba a la
gente... Estaba en plena perorata de propaganda con la recién llegada costilla
al lado, cuando para mal de sus pecados llegó una bella muchacha con un
primoroso chiquillo en brazos y apenas lo vio le tendió los brazos (uno, porque
de haber sido ambos, cómo habría sido el “costalazo del mocoso!...), a tiempo
que exclamó: —Oye mijo, qués la cosa que no venís a darme tu abrazo!... Oír la
otra, la anterior frase comprometedora y “prender” al descarao ése, fue cosa de
ya! Sin embargo, éste no sólo desconcertó, sino que aprovechó la oportunidad
para hacerle propaganda a su brevaje! En efecto, muy campante se disculpó en
público de la siguiente manera, dirigiéndose a su cara mitad:
—Pero qué te tás creyendo, “mi reina”!... Vení te doy un beso, pa que no siás mal pensada... Ave María, si ella es mi mamá... Fue que se tomó un frasco de mi tónico, y ái la tenés en sus quince!... — Y el alepruz ése, quién es?...—interrogó la “reina” refiriéndose al niño— ¿Vaya pues... Ese?... Pues ese... adivinalo vos, que sos tan sabida!... Hijuel diablo, ese es...mi padre, que se “jartó” dos frascos!...
En materia de
disculpas “el paisa” se agarra de una zarza ardiendo: En una ocasión llegó un
“paisa” a pedir posada en una casa situada a la orilla de un camino y donde no
había sino una alcoba y un zarzo, al cual se subía por una escalera muy
empinada, casa donde habitaba con su bravísimo padre, una bella muchacha por la
que el paisa echaba la baba... El viejo con precaución elemental hizo acostar a
su hija en el zarzo, el tendió su cama al pie de la escalera, y al “paisa” lo
acostó en la alcoba... Por ahí a la madrugada el viejo sintió un ruido bastante
sospechoso en la parte alta de la escalera, encendió rápidamente un fósforo,
vio al “paisa” que ya se iba a colar al zarzo, y le metió un berrido: —¿Qué
hacés allá trepao, so maldito? Y “el paisa” le contestó en son de disculpa y restregándose los ojos como si estuviera medio
dormido: —¡Nada, papacito...jué que rodé...escaleras arriba!... Una vez
un hacendado vallecaucano quiso “dárselas” delante de un “paisa”, y al efecto
le aseguró que la fertilidad de su tierra era tal, que se sembraba, por
ejemplo, una lechuga en cualquier parte, y a los tres días el ganado podía
escampar sol debajo de las hojas... —Eso no es nada— respondió “el paisa” en mi finca la tierra es
tan fértil, que por la mañana se siembra una mata de lino, y ya por la tarde se
cogen las docenas de...calzoncillos hilvanados y con botones!...
“El paisa” es el tipo
que revira con mayor rapidez y eficacia:
Uno de los numerosísimos sobrinos de don Fabio Restrepo, es de temperamento más
“paisa” que el diablo. ¿Camilo?... ¿Lope?.... Mario?... ¿Uno de los otros
87?... ¡Entre el diablo y escoja! Lo cierto es que uno de éstos estaba
empinando el codo (¡cómo no, que ahoritica lo identifican!...) con un glaxo
medio agresivo y cobardón y quien al fin se animó a lo que los antioqueños
llaman “arriársela” pero en tono menor: —Ala, mi chico querido. La acústica de
“nuestra” Catedral es tan fantástica, que si yo entro y digo en voz alta: tu
mamá!, a la media hora todavía el eco está repitiendo: mamá, mamá!...— Eh,
hombre, no siás...(censurado el ajo...) ¡Pa acústica, la de la Catedral de
Manizales! Allá te parás en la puerta, te quitás el sombrero, repetís lo que ya
dijiste, y al momento el eco te responde, por si acaso: ¡LA TUYA!... Que “el
paisa” no descuida ocasión de hacer o, al menos, de proponer un negocio bueno...
para él, queda demostrado con patente: Una vez un “paisa” se había quedado
rendido de cansancio, de hambre y de frío en un páramo por demás desolado y ya
comenzaba a sentir con la innecesaria carraqueadera los primeros síntomas de la
mortal congelación, cuando acertó pasar por ahí un señor, caballero en una mula
santandereana de setecientos pesos. Compadecido éste del pobre y entelerido
“paisa”, lo subió en ancas de su cabalgadura, le dio varios tragos de
aguardiente de contrabando (que es el mejor), lo puso a fumar, le anfitrionó
una pierna de gallina y hasta le pasó su bufanda para que no se fuera a
resfriar... Había caminado como dos kilómetros e iba el señor haciendo el gasto
de la charla cuando “el paisa” lo interrumpió y, como la cosa más natural del mundo,
le dijo: —Bueno hermano...Y hablando de nuestro negocio, dígame: ¿Cuánto voy
ganando yo aquí trepao?...
Y va una anécdota
histórica y que demuestra hasta dónde “el paisa” es de confianzudo y “fresco”:
En una ocasión llegó Jorge Gartner, que a la sazón era Ministro de Gobierno de
la administración Santos, a visitar una guarnición de policía de Manizales.
Estaba de centinela del cuartel un clásico “paisa”, quien aprovechando que no
había por ahí un superior se había sentado con el fusil entre las piernas a
tomar...el sol. Verlo el ministro en semejante posición y llamarlo al orden
airadamente fue cuestión de segundos. “El paisa” sin desconectarse le dijo:
—Déje la bulla, hombre!...y usted quién es?— Yo soy el Ministro de Gobierno, y
usted debe hacerme los honores de reglamento! Levántese y cuádrese! Y entonces
“el paisa” sin cambiar de posición ni dársele nada, le contestó: —¿Ministro de
Gobierno?...¿Buen puesto el del amigo, noo?...
Finalmente, “el paisa” no puede convenir con que en cualqueir parte
del mundo haya algo mejor o más alto que en su tierra... de nacimiento...Un
grupo tomó a su servicio por pocas horas a un “paisa”, y aprovechó la
oportunidad para hacerle propaganda a los “rascacielos” de Nueva York. Después
de que le aseguró que había uno tan alto que para llegar al último piso se
gastaban tres horas en ascensor ultrarrápido, “el paisa” le hizo creer que eso
era nada, pues: —En mi tierra hay un edificio tan alto, que una vez se
conocieron en el último piso un antioqueño y una gringa, se enamoraron al
momento, se casaron al momento, y al momento resolvieron tirarse de cabeza y
cuando llegaron abajo...!Ya tenían un par de mellizos!...
Sábado, Bogotá 20 de noviembre de1943.
©Jaime Barrera Parra
"Jaime Barrera
Parra"
Nació en San Gil,
Santander, en 1890 y murió sepultado bajo el techo del Teatro Alcázar de
Medellín, en 1935. Comenzó su carrera periodística en el diario La Nación, de Barranquilla y en 1928 se
vinculó a El Tiempo donde se consagró
con la columna Notas de Week-end. También
fue el primer director de Lecturas
Dominicales del diario capitalino y escribió con frecuencia las Notas del día, comprimidos con verdades
como puños que hicieron escuela en la literatura periodística.
Jaime Barrera puede
considerarse un renovador de la crónica periodística en Colombia, después de
Luis Tejada. Introdujo en la literatura nacional el desenfreno de la metáfora y
un sentido moderno del adjetivo. Algunos estudiosos afirman que con Barrera
Parra se inició la generación literaria de 1930, porque pese a pertenecer al
grupo del Centenario, innovó el lenguaje periodístico con formas de expresión
poéticas inimitables, como bien lo señala Lino Gil Jaramillo en la semblanza
recogida en este libro.
Un año antes de morir
trágicamente, el famoso escritor santandereano estuvo en Antioquia como
corresponsal y registró con agudeza los sentimientos, costumbres, temperamento
y paisajes antioqueños. Pero, sobre todo, expresó su asombro por la pujante
ciudad industrial que desató su verbo vanguardista. Su audaz lenguaje imprimía
un timbre sonoro a los temas menos poéticos, como eran las fábricas y las
industrias antioqueñas. Gracias a estas crónicas se ganó el título de “El
Redescubridor de Antioquia”.
Uno de sus artículos
más recordados es sin duda el que dedicó a Ricardo Rendón en su muerte:
“Ricardo murió de un acceso de lógica. La mano firme, labrada por una fiebre de
veinte años empuñó la pistola con la pericia con que esgrimiera el lápiz. El,
el genio satírico más vigoroso de media América, se defendió a pistoletazos
contra la vida, temeroso de morir en caricatura”.
A su muerte, sus
amigos recordaron al periodista de figura alta y desgarbada, con el infaltable
habano rubio en los filosóficos labios, que en su cubículo de la sala de
redacción montaba guardia todos los días a la vida colombiana. Entre sus libros
de crónicas periodísticas se cuentan Notas
del Week-End (1933), Panorama
antioqueño (1936) y Prosas
(1969).
UN GRAN
“DESCOMPLICADERO”: MEDELLIN
"UN GRAN “DESCOMPLICADERO”\:
MEDELLIN"
Para hacer la
monografía del pueblo antioqueño no se necesita ser el conde Keyserling, porque
todas las cosas están de bulto: la naturaleza, que es efusiva; las costumbres,
sueltas y claras; la política, fuerte y parlante.
Uno de los hechos que
basamentan la vida de estas comarcas es el amor instintivo al suelo, a “lo que
da la tierra”. Un capítulo de ese libro imaginario que yo escribiera sobre
todas estas sinfonías de almas y paisajes, tendría que llamarse “Olán,
aguardiente, café y fríjoles”. Dentro de esta factura hay algo más que cuatro
productos: hay una situación social y es lo que se pudiera llamar el
terrigenismo antioqueño.
La alimentación es
ancha y es sápida. Ha colaborado responsablemente en la construcción de una
raza que precisamente tiene sabor y tiene anchura. La culinaria antioqueña es
categórica y deleitosa. El maíz, aparentemente monótono, tiene una diversidad
de expresión por otros pueblos desconocida.
En los bares
corrientes, donde se consumen los licores más finos, el antioqueño de la calle
—“the man in the street”— sorbe café y bebe aguardiente. Aquella “posición
social” que alguien pedía para el anisado, se la dieron los antioqueños.
No se trata de
abaratar el aperitivo o el alcoholismo, sino de consumir a todo trance lo
espontáneo y lo natural, lo que representa el hecho económico. Desde los
tiempos más campechanos, hasta estos otros más esbeltos del “Country Club”, el
anís ha presidido fiestas y enredos, veladas y pendencias. En las montañas
azules humeaban los alambiques del contrabando llenando de alegría corazones y
bolsas. Hoy la Renta, que es una de las más ricas y guarnecidas de la
República, da un licor nacional que tiene fragancia y lumbre. Se le toma con
naturalidad y con orgullo, sin ponerle nombres burlescos. En las casas más
chicas, amuebladas con amor y con despilfarro, provistas de bodegas suntuosas,
se le ofrece al huésped una copa de anisado o de ron, porque es lo más castizo.
La bebieron los fundadores del patriarcado, los que le dieron a la población
antioqueña glorias y cañones, blasones y bisnietos; la tomaron los bohemios y
los poetas, los revolucionarios y los políticos. Hoy, después de años y de lustros,
después de que las costumbres han tomado un corte más fino, conserva el
aguardiente de Antioquia, fabricado con pulcritud y sin avaricia, su renombre,
su “posición social” y su aroma fino.
Olanes, muselinas,
telas claras y frescas incendian las casas. Las llevan las mujeres frescas y
claras, estas mujeres de ojos árabes que son el poema de Antioquia. Las mismas
mujeres asombrosas portan las más finas toilettes y las más espléndidas joyas,
con una distinción integérrima, lo mismo en la calle que en los salones, pero
en el interior predomina la sencillez más estricta.
Esta sencillez es el
mayor encanto de la vida antioqueña, es lo que les da a los hogares su tono y
su atmósfera. Los niños juegan son sapiencia, con una alegría matinal. Todo es
claro y fluido: la luz que se pone a saltar en los corredores y hace reverberar
jardines y lozas; la conversación, deliberadamente “sin importancia”.
Medellín, que es un
centro de cultura intelectual desde viejas épocas, siempre equipado por
espíritus de la mayor complejidad y altitud, conversa dentro del “desabillé”
verbal más gracioso. Esa propensión a lo espontáneo y a lo fácil, que parece
ser una de las características de la raza, es lo que ha formado la literatura
antio-queña, que es, sin duda, dentro del gran tablero nacional, la más
sustanciosa. Un pueblo de epigramáticos habituales no puede pro-ducir estos
relatores de la montaña, de la mina, de la venta, que tiene Antioquia.
Al margen del fenómeno
general, desde los ángulos de lo personal y de lo súbito, se encuentra el
observador con los más complicados espíritus de mujer, con los diálogos de sofá
más arduos. Pero lo que domina la conversación es la frase rápida y el
comentario a rienda suelta.
Antioquia es lo que se
pudiera llamar un “descomplicadero” nacional, una gran piscina para los
atormentados, para los enfermos de taquicardias intelectuales, para los
intoxicados del libro y de la vida. Una antioqueña es un mecanismo de animación
tan esdrújulo, que frente a él no hay Leopardis ni Werthers que no se rindan.
Alegría de vivir. Gana
de vivir. Impulso y temperatura. Todos estos componentes, diluidos dentro de
una dosis perfecta, sensibles al turista que llega por estos valles, producen
una sensación física de descanso.
Universitario
capitalino que andas literalmente deshecho de trescientas psicopatías, roído
por unas amarguras traducidas del inglés, del francés y del italiano, víctima
de un universo que no conoces, vente a mi balcón del Hotel Europa. Todo esto
que ves: los árboles, el agua, las mujeres y el cielo, se han hecho para
reedificarte. Si la neurastenia de Medellín se cura en Arranca-plumas, la
fatiga de Bogotá se disuelve en la “Quebrada-arriba”.
El Tiempo, 2 de marzo de 1934.
EL QUINDIO HA MUERTO "EL QUINDIO HA MUERTO"
La inauguración de la línea
directa Bogotá-Cali representa para la aviación nacional una de sus más
cumplidas victorias. Si desde el punto de vista material implica la posibilidad
del viaje de ida y vuelta entre la capital vallecaucana y el altiplano dentro
del lapso de cuatro horas, significa, desde el ángulo óptimo la burla de la
máquina a las más arriscadas montañas de la república.
“El Quindío ha
muerto”, declaraba ayer uno de los periodistas que viajaron a bordo del
trimotor “Cali” cuando la máquina orgullosa, después de haber salvado los
abismos más espantables del Tolima y de Caldas, proyectaba su sombra de pájaro
apocalíptico sobre las llanuras tolimenses, y momentos después sobre la Sabana
de Bogotá, sociable y amorosa para la rueda.
El Quindío era el
rodadero nacional por antonomasia. Con él se nombraba la epilepsia geológica y
topográfica que hizo de este país un siervo de la vertical, obligándolo a vivir
dentro de embudos sucesivos. El Quindío era la vorágine sobre la cual
robustecieron las piernas a una raza de conquistadores y labradores, en un
cuadro de proporciones épicas. Y es precisamente desde la ventanilla del
trimotor como se puede admirar en toda su luz y su geometría lo que fue la
colonización sobre los abismos. Las ciudades que allí florecieron al paso de las
hachas imperativas son un grito, de afirmación, que no puede destruir la ironía
más enciclopédica.
De regreso a Cali,
volando entre la niebla sobre la llanura vallecaucana, toda temblorosa de sus
pastos y de sus aguas, de sus garzas y de sus reses, de su luz que repiquetea
sobre las pupilas, descendimos al aeródromo de Cartago, sabedores de que allí
terminaba el viaje risueño para arruinarnos la aventura. Allí comenzaba el
Espanto porque iba a comenzar el Quindío. Se quedó atrás el Cauca y el río de
la Vieja. De pronto brilló Calarcá, que era el camino de la muerte. Se estiraba
la cinta de la carretera a Ibagué con un serpenteo malicioso y las ciudades y
las aldeas, los paseríos y los burgos. Se sentía el frío de la altura. Alguien
se puso muy nervioso e hizo reflexiones inofensivas sobre los avances de la
aviación, sobre la seguridad en la ruta aérea. Todos conversábamos casi a
gritos como para acrecentar la velocidad y espantar las nubes. Viajábamos sobre
un adefesio de colinas y ranuras que sólo hacían amables las casitas y los
sembrados. Abajo, a cuatro mil metros o algo más, la vida era amable. Era la
vida lógica de los hombres con su rancho, con su mujer, con el corral donde
pastan, lentas, las vacas. El aire es el camino de los cóndores. Y estos cóndores
de acero y de aluminio, con su corazón y su entraña de gasolina, aumentan la
taquicardia de la vida contemporánea, acorrada, bajo la velocidad como bajo un
látigo. Vimos a San Miguel de Perdomo, tierra amable para quienes la atraviesan
en automóvil, a pie o en borrico. Ya sospechábamos la cercanía de Ibagué, que
era un hipotético campo de aterrizaje. Fulgió el Combeima con reflejos de
estaño líquido. Comentamos, procurando divertirnos con la retórica, el poema de
la revolución tolimense salido de la inspiración de Darío Samper, que conoce el
vino del Gualanday, el caney, los llanos y los palmares. Fue entonces cuando
estalló el júbilo del viajero y el diagnóstico refrescante. El Quindío “había
muerto”. Había muerto como un instrumento de pánico. Pero vivía con su jeta
abierta, con su formidable jeta botánica, con su feracidad espantable, con su
alma perpendicular, amasada bajo las pezuñas de los bueyes. Y vimos llenos de
claridad infantil al río Magdalena. El trimotor se tragaba espacios. Isócronos
y firmes, sus motores ronroneaban el imperial orgullo de su dominio. Bajo
ellos, ya se despeñaba Cundinamarca, con su ferrocarril a Girardot, con su
carretera de Salgar, con su hotel Apulo. Una alegría geográfica se apoderó de
todos nosotros. A la derecha y a la izquierda surgían las poblaciones que
conocíamos: Sasaima y la Mesa, Agua de Dios y San Juan del Río Seco. Pero todo
ese plano inclinado que dulce parecía comparado con los murallones del Cauca,
con las barrabasadas geométricas del Quindío.
Y nos dedicamos a
charlar, masticando “chiclets”, que son una estrategia del aeronauta. La goma
de mascar evita el mareo y le da a quien la masca cierta sensación de
inocencia. La inocencia es un argumento jurídico contra los accidentes aéreos.
Y toda esa horizontal verde e imperturbable que ya nos acariciaba los ojos era
la Sabana de Bogotá, que es la traducción al francés del Valle del Cauca. El
Valle es patético. La sabana es rigurosamente flemática. Pero el uno y la otra
son el descanso de las alturas. Brillan las palmas y los eucaliptos dentro de
la hermandad más perfecta. Llegamos a Techo. Hundimos los talones en tierra
firme. Alguien sacó un reloj e hizo esta advertencia: “Del Guabito a Techo, dos
horas y cinco minutos”. Es así como se enuncia el poema. Lo demás es pura
aeronáutica. Para qué describir el paisaje aéreo? Ese paisaje es muy voluble.
Se viaja por entre algodón o se viaja por entre añil. Desde la altura se ama la
tierra, la tierra que es la patria de la hormiga, del perro y del hombre, del
helecho y de la enredadera. Y se entiende la concepción arrevesada de la
pintura, y la originalidad furiosa del Cosmos. Las inundaciones del Cauca
dejaron aguas muertas que relampagueaban con relámpagos de amatista, de zinc de
antimonio. Toda esa variedad química la atrapaba el ojo desde el avión y no se
puede ver de otra manera.
La importancia social
y económica que tiene la ruta aérea Bogotá-Cali debe ser tratada en distinto
modo, lejos del carrusel metafórico. Desde esta página desmayada, puro esquema
cromático e imperfecto de un viaje feliz que inició uno de los más interesantes
servicios de la aeronavegación en Colombia, presentamos nuestros más profundos
y sinceros agradecimientos a las altas dignidades de la “Scadta” y a todo el
personal que nos facilitó la perfecta realización de la correría [...] (restan
dos párrafos de agradecimientos...).
El Tiempo, 21 de octubre 1934.
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