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viernes, 4 de julio de 2014

CRÓNICAS PERIODÍSTICAS

Les comparto algunas crónicas interesantes  de escritores colombianos.

© Vallejo, Maryluz. Medio Siglo de Oro de la Crónica en Colombia.

©Emilia Pardo Umaña
 "Emilia Pardo Umaña"


Nació en Bogotá en 1907 y murió en 1961. Se destacó en los treinta por su estilo insólito para una mujer de la época, con su tono zumbón y su audacia en el enfoque de los temas. Emilia llegó de las salas de brigde y de los “coctail-parties” a las desvencijadas salas de redacción, pisando fuerte, gritando y fumando como cualquier varón. “En 1934, en la página social de El Espectador, comenzó a salir sin firma una columna despierta, confianzuda y picante que trataba a todos de tigo y migo, sin mucha consideración”, dice Camándula en la recopilación La letra con sangre entra (1984).

Durante nueve años sostuvo su columna diaria, que firmaba Emilia, en la que pasaba de la burla a la crítica más feroz, con o sin argumentos. Pero sin duda la columna más exitosa era Ki-ki, la doctora en amor, de la que se presenta una muestra en esta selección. De El Espectador salió peleada para El Siglo, y luego escribió El Tiempo, la revista Sucesos y el semanario Sábado. Curiosamente, siendo conservadora hasta la médula, según su confesión, escribió cómodamente en la prensa liberal.

Desde una concepción de avanzada, Emilia nunca se vio en la disyuntiva de si poetizar o politizar la realidad. Su compromiso era únicamente con sus ideas. En general se ocupaba con gracia y naturalidad de temas cotidianos que afectaban los bolsillos, los nervios y el corazón, con su implacable sentido común. Cualquier detalle de la vida diaria podía ser magnificado o trivializado en sus columnas. Era una cronista vigorosa que narraba con toda sencillez, buscando un tono casi confidente con el lector, informal y subjetivo.

En el retrato de “Emilia”, publicado en Sábado27, Ernesto Hoffman Liévano escribe: “Emilia es para El Espectador lo mismo que, según Juan Lozano, Laureano Gómez es para Colombia: un mal necesario. Porque esta cronista sostiene un número de lectores para su periódico que no ha conseguido ni don Luis Cano con sus editoriales, Ulises con sus comentarios y pronósticos internacionales, el mono Salgar con sus reportajes, y Próspero con su Mirador. A Emilia se la lee, pese a cuanto se diga, y por sus opiniones se guían las gentes, y con sus argumentos se discute y con sus errores y aciertos se yerra [...]. Hablar de medicina, de toros, de teatro, de música es para Emilia como hacer palotes. En sus dos columnas se lanza al ristre todos los días contra alguien o algo. Nunca le importó meter la pata”, anota Hoffman.
De Emilia Pardo queda su única novela: “Un muerto en la legación” (1951). Y como su muerte en 1954 coincidió con los duros episodios de censura del régimen militar, escasearon las notas necrológicas. La historia apenas le reconoce haber sido la primera periodista en Colombia.

LOS INMIGRANTES
 "LOS INMIGRANTES"

Decir que no necesitamos inmigrantes es una tontería de las grandes, pero decir que necesitamos la inmigración que nos llega es una imbecilidad. Una de aquellas imbecilidades que no tienen perdón de Dios.

Este país nuestro cultiva morbosamente la falta de buen sentido; heme informado de que están trayendo papa holandesa en preciosos empaques, cosa indudable, porque el holandés tiene el sentido de lo armonioso y bello, y de que piensan traer semilla de papa americana. No es por criticar, pero quienes tan bonita idea han tenido para bajar el precio de la papa merecerían ser condenados a la hoguera. Lo mejor que tiene Colombia, salvo, naturalmente, la ciudad de Cartagena y el Museo del Oro del Banco de la República, que no son comibles, es la papa. La mejor del mundo. Pero, ¿no se sabe cultivar? ¡Puede ser, pero no traigan papa! Traigan familias de inmigrantes italianos, que son expertísimos y que sería la inmigración ideal. El italiano por familias, no el aventurero, que de cualquier parte del mundo que sea, es una pésima inmigración. El italiano de los alrededores de Siena, de Asís, de Padua, de cualquier región de Italia, vive pobremente y labora mucho. Es inteligente y tiene ese fino sentido del arte que nunca podrá dejar; las familias son acogedoras y la raza es linda. Nosotros no podemos continuar buscando dizque para traer nueva sangre, a la gente más fea del mundo. No podemos, porque el colombiano, que es inteligente, que tiene un extraordinario sentido de adaptación, que estudia los medios y logra hacerse a ellos, gracias a esa invaluable herencia indígena que nos dejaron los chibchas, tiene en su contra que es horrible. Chiquitín, morenucho, no de músculos cortos sino de músculos de ibia, horrible.

O traigan vascos, pero vascos, también excelentes trabajadores y leales y sobrios. O polacos de Polonia, poloneses, que no son esas gentes que aquí llamamos, sin saber lo que decimos, “los polacos”. Nos hacen falta buenos amoladores, buenos artesanos, buenos agricultores. Pero nos sobra lo que llega: yo vine en un barco de inmigrantes y casi lloré de desesperación.

Todo lo que no es de ninguna parte del mundo, mezclas de judíos, porque no son siquiera judíos puros, pero sí el italiano-judío, el seudo-alemán, seudo-francés-judío, el árabe sin patria, que no es francés, ni español, ni árabe esa gente sucia, descuidada, abusiva, eso es lo que viene a Colombia. No aprenderán nunca ni el idioma; vienen a explotar trabajando mucho, ahorrándolo todo, odiándonos de antemano, sin un escrúpulo, sin una ambición para dejarnos algo. Ganar, de cualquier modo, e irse.

Y cada barco deja cien, doscientos seres de éstos. ¿Cómo lograron las visas? Porque Colombia, que para la inmigración es la nación más cerrada del mundo —quizá también la que más inmigración necesita— no sigue el menor plan para seleccionar su inmigración. Excepto la inmigración española excelente que, por casualidad y en número muy reducido, nos llegó entre el año 37 y el año 40, aquí llega siempre lo peor del mundo.

Lo bueno se queda en La Guajira, en Curazao, en Aruba, o sigue al Ecuador, Perú, Bolivia, Chile. Y en Buenaventura, ya con su gesto de desdén, altaneros, sin hablar una palabra de castellano, sin pensar aprenderlo, con sus listos ojos codiciosos, se quedan unos inmigrantes que ya... ¡ya!
No: o que nos traigan una buena inmigración de Italia, de Yugoeslavia, del país vasco, ¡o que nos dejen solos!
El Tiempo, 12 de octubre de 1950.

“L’AUTORIDA”
 "“L’AUTORIDA”"

Nuestro cuerpo de policía, de tiempos inmemoriales hasta nuestros días, ha sido el más característico reflejo de la vanidad, fatua, pedante y carente del sentido de las responsabilidades; no encuentro una comparación adecuada si no es en los conocidos y poco apreciados “cachacos de pueblo”. Un buen día, cuando Bogotá debía tener dos o tres mil habitantes, el señor alcalde contrató tres o cuatro individuos, les puso un uniforme, que en aquellas épocas, duraba todos los años que viviera su dueño; les dio un bolillo y quedaron convertidos en los representantes de lo que dominaron nuestras “criadas”, con los pequeños ojos en forma de ranura de alcancía, deslumbrados, y las bocas sensuales abiertas, dejando ver los maravillosos dientes sin una carie: “L’ autoridá”.

Nuestros hombres se hincharon, como las cigarras en tierra caliente, y pasearon sus satisfechas humanidades por calles y plazas, conduciendo a la central a todo el que, en su opinión, había cometido una falta. Siempre eran candidatos de preferencia para llenar la cárcel, el hijo del compadre odiado, de la tendera de la esquina, etc. A medida que las necesidades lo exigieron, el organismo policivo creció, llegó a tener uniformes correctos, se ocuparon de él los poderes dirigentes, trataron de inculcarle nociones del deber, etc. De todo esto hace muy poco tiempo; tal vez únicamente de diez años para esta parte se ha comprendido con enorme esfuerzo la labor necesaria de civilizar al policía, a fin de que se entere de la gran misión social a que está destinado, y que no es la de enamorar maritornes, más o menos tiernas, según los años y kilos que lleven a cuestas.

Sin embargo, no ha sido posible desterrar completamente de este cuerpo la costumbre de abusar de la autoridad de que se hallan investidos y que, por lo general, aun cuando hoy día en proporción afortunadamente mínima, les queda grande. Pero, uno de los más notables defectos de nuestra policía en general es su carencia total de sentido común. En cuanto ignoran algo, desconcertados, asustados y temerosos de no estar a la altura del uniforme nuevo y del boliche recién torneado, optan por las medidas bruscas, dándose cuenta de que si logran que la víctima “les falte al respeto”, ya de hecho quedan en buen pie. En esta forma, lectores, fue como logró llevarme a mí uno ante los jueces, dizque “por desobediencia y desacato a ‘l’autoridá’”, y ponía la queja con aire pedante, sufriendo creo que la más terrible desilusión cuando el juez no estimó mi falta suficiente para hundirme por tres o cuatro años en un calabozo.

Este fue el curioso caso de ayer: una muchacha, con su bella silueta gentil, su sombrerito de última moda, quien parecía la cachucha de un jockey, sus labios rojos, finamente retocados por el lápiz; sus orejas color violeta y sus medias transparentes, pérfido invento de los modistos, ya que hacen la pierna aún más suave y sugestiva que al natural, tuvo el capricho, simpático y alegre, digno de todas las alabanzas, porque fue despreocupado y original, de hacerse lustrar sus lindos zapatitos de glasé en la plaza de Las Nieves, viendo el correr rechinante de los tranvías, y el lento desfilar de los hombre indolentes y admirativos. El señor agente se desconcertó; ¿tal cosa estaría permitida? ¿y si lo estaba por qué no lo había hecho ninguna antes? Reflexionó y lentamente, en su cerebro plano, obraron las influencias mentales que heredó con la sangre de sus antecesores. “Todo lo nuevo es malo”, se dijo; y la solución brilló en su fisionomía clásica, achatada hacia las narices y levantada hacia los pómulos. Enérgico, se vino sobre nuestra alegre damisela y le intimó prisión.

Estamos, pues, es esta capital de una república que, en cuestiones políticas deja “regados” a Marx y demás apóstoles, que se ríe de Romeo y de Julieta, en el campo sentimental y sabe de modas, perfumes y toiletes, como un Word, o un Patou: capital en la que un policía se siente amo y dueño de la moral, en pleno año de 1936 y decreta que una mujer que se “embola” debe ir a la cárcel. ¿Por qué? Supongo que alguien habrá que dicte al respecto una providencia y ponga coto a las iniciativas de estos respetables funcionarios públicos.
Marzo 7 de 1936.
Consultorio Sentimental.
CONTESTA KI-KI. DOCTORA EN AMORTC "CONTESTA KI-KI. DOCTORA EN AMOR"
Tengo treinta años. Estoy enamorado de una muchacha de catorce, pero aunque ella me quiere, en la casa  se oponen por la diferencia de edades. Aun cuando soy suficientemente rico, quiero tanto a esta niña, que le he dicho que puedo esperarla dos años para que nos casemos. Al padre como que no le suena la cosa, y le ha prohibido toda clase de correspondencia conmigo. La madre me quiere mucho, pero uno de los hermanos me amenaza con matarme si insisto en mi cortejo. ¿Qué hago?
Desesperanzado
Insista decididamente, a ver si lo matan. En este país nunca se cumplen la amenazas; podría ser que ésta resultara, y Wilde dice que ninguna experiencia es despreciable. Ahora, ésta mucho menos. Insista. No sé por qué me imagino que su futuro ex cuñado es hombre de armas tomar.
Contesto a Enamorada
Usted escribe demasiado largo, y eso está mal, por lo menos en lo que a mí respecta. Probablemente usted exagera los dos amores: el suyo y el de él. Simpatizan únicamente, al menos hasta ahora. Posiblemente ambos crean estar enamorados, pero la cosa no pasa de ahí. Creo que debiera invitarlo muy sencillamente a tomar el té un día, pero con otros amigos y amigas, para que él no pueda suponer un interés excesivo que la perjudicaría. Esté con todos, y también con él, muy amable, agradable, animada, pero para ninguno tenga una diferencia especial. Convendría que averiguara, si las cosas siguen adelantando, algo, y ojalá mucho, sobre él. Los extranjeros, cuando no son excelentes, son lo peor en que puede armarse una mujer. No hago consultas ni respuestas particulares, pero según anden sus asuntos, puede escribirme cuantas veces usted quiera. Con una corta introducción, para que la reconozca, y dejando de lado muchos detalles que nada valen, como aquello de que la creen coqueta, que su genio fue antaño alegre y juguetón, que hoy es pensativo y romántico, etc.
***
Hace ya muchos años me casé por amor, es decir, sin un centavo ella y sin un centavo yo. Afortunadamente, mi buena salud y vocación para el hogar me han dado el título de esposo modelo, aunque sufriendo en silencio las amarguras de la pobreza. Mi mujer es extraordinariamente buena. Señora en todo sentido, pero ahora, después de 15 años de tranquilidad matrimonial, cuando la educación para seis mujercitas pone en jaque el presupuesto de mi sueldo, se ha rebelado contra la pobreza, sin prestar oídos a mis reflexiones de optimista, de tal manera que ha logrado asustarme; he comprendido los peligros de la miseria, y lo peor de todo, mi incapacidad absoluta para producir más o proponerme ahorrar. Soy empleado de nacimiento y con 50 años de edad.
¿Qué debo hacer? Resignarme a escuchar un eterno sermón de amargas verdades irremediables sobre lo que he debido hacer: no casarme sin tener casa propia, economizar en la juventud, etc. ¡Imposible! Mi sistema nervioso no lo permitiría. Si continúo así, tengo la seguridad de suicidarme a la hora menos pensada. ¿Aceptar la discusión e intentar convencerla con argumentos en contra? He agotado todos los medios imaginables de convencimiento, los argumentos afluyen a su imaginación de tal manera, habla doscientas cincuenta mil veces más que yo, y para evitar una molestia definitiva he tenido que enfurecerme y dejarla hablando sola; así es que tanto ella como yo vivimos en una azarosa expectativa. Ella probablemente esperando que yo haga algo raro, y yo temiendo interrumpir el silencio. Esa presión nerviosa nos tiene a ambos malhumorados y locos. ¿Qué debo hacer?
Un calentano
También es que las mujeres son de una necedad incorregible! Se pasan su vida de solteras poniendo trampas, urdiendo ardides, haciendo planes y desarrollándolos, para lograr que el novio se case con ellas. No lo esperan a que acabe de estudiar, no lo dejan pensar, lo subyugan, lo convencen y después resultan con que ellos se casaron y ellas dizque no sabían lo que hacían, cuando no pensaban en otra cosa. Claro que su mujer habla doscientas cincuenta mil veces más que usted. ¡La más callada sobre la tierra habla quinientas mil veces más que sesenta oradores demagógicos reunidos! Pero el matrimonio hay que llevarlo a dos, con todas sus complicaciones, que son, por cierto, muy fáciles de prever hasta para el más lego. ¿Qué hacer? No le veo salida. No la convencerá usted ni la convencerá nadie. Cuando a las mujeres les da por creer que es fácil hacer plata, nadie les saca esa idea de la cabeza.
Envíele un hombre respetable, viejo, sabio, ojalá un sacerdote o un tío, para que le diga que usted se casó siendo un hombre pobre, y que como tal ha cumplido plenamente hasta donde ha podido. Que si ella no podía vivir así, y necesitaba mejores condiciones, ha debido casarse ella con un rico. Que piense en sus niñitas y trate de hacerle a usted la vida fácil. No dará ningún resultado, pero ensaye. A la próxima discusión, ciérrela definitivamente, diciendo que puesto que usted no puede hacer más, dejará la casa y en paz. Y tal vez éste podría ser el momento de practicar la sabia máxima de Balzac: “El poder no consiste en pegar siempre o con frecuencia, sino en pegar oportunamente”.
El Espectador, 7 de enero de 1938.

© Vallejo, Maryluz. Medio Siglo de Oro de la Crónica en Colombia.

©Fidel Torres González
"Fidel Torres González"
(Mario Ibero)TC "(Mario Ibero)"


Más conocido como Mario Ibero, comenzó sus andanzas en Zipaquirá, en 1898. Poeta, político y periodista, trabajó en El Espectador entre 1923 y 1927, y luego en El Tiempo entre 1927 y 1929. Sus crónicas de El Tiempo sobre el revolcón político de 1930 fueron recogidas en el tomo “Andanzas de Mario Ibero”. Con este seudónimo también publicó populares series de prototipos colombianos y de bandidos famosos en el semanario Sábado, en los años cuarenta.
Alternó el periodismo con la vida de funcionario público y ocupó cargos como el de concejal de Zipaquirá, inspector general de la policía y representante a la Cámara.

EL PAISA
"EL PAISA"

En el hablao, en el caminao, en la facha se le conoce a leguas. Cuando está cerca, se le lee en los ojos antes de que despegue los labios... Producto superior estrafalario, exponente el más “pateperro” y rebuscador de toda una raza, no digo que planta su tienda, sino que tiende su ruana o da rienda suelta a su labia en cualquier parte del mundo donde haya con quién hablar en cualquier idioma o dialecto, en último caso, en letras de mano... Tipo popularísimo único, sienta sus reales donde haya modos de hacer un “desenvolate” relámpago de poner a bailar las “muelas de Santa Polonia”, de beberse un aguardientico cada... minuto, de rasgar un tiple, de cantar un bambuco, de contar un cuento... verde, de hacer gala de una exageración o de gritar apenas pasa por cerca de un policía: —¡Eh, Ave María Purísima, viva el gran partido liberal!...

También donde haya facilidad de fijar este cartel, o uno similar: “Se compran güesos de gallinazos jóvenes, se arreglan monóculos, se cambean estribos de cobre por planchas de bapor, se domestican micos, se laban perros a domisilio y se REGALAN por 50 centavos polvos para enamorar a las más resistidoras! Ausoluta res herba!”.  Lo anterior es una de las carnadas que em-plea para “pescar marranos” en seco y para confirmar su universal fama de buscalavida, EL PAISA, antioqueño! “El paisa” ejecuta todos los oficios y ejerce todas las profesiones lícitas e ilícitas habidas y por haber, y nunca, por ningún motivo, echa pie atrás ante ninguna dificultad. ¡Es capaz de llevar a cabo una operación de alta cirugía a dedo limpio o enseñarle japonés a una lora... vieja!

A nada que le propongan dice que no. Si está varado y lee en un diario que se necesita un técnico en fabricación de telas de seda, se presenta como el as sobre la materia, y hasta agrega: —Vea, pues hermano...¡Y si le escasean los gusanos de seda, no se afane por tan poco, que también le jalo ... a eso! Y con seguridad si se lo propone o se lo proponen, al rato estará produciendo, ¡quién sabe con qué parte del cuerpo, pero en todo caso produciendo seda, seda vegetal, o animal o química, y... legítima! “El paisa” nació para “hacer plata” sin hacer nada o haciendo las cosas más raras del mundo. ¡Qué imaginación, qué audacia, qué chispa, qué frescura la que se carga el más típico de los colombianos, el más excepcional de los suramericanos, el más marrullero de los antioqueños!

“El paisa” es un producto exclusivo de Antioquia, la que tiene por capital departamental a Medellín, y, para despistar, por capital nacional a Bogotá, y por capital continental o mundial, la ciudad del pueblo, la aldea o el ventorro donde cualquier pareja de “paisas” se haya asociado para explotar un observatorio astronómico portátil, o para adivinar la suerte bajo la razón social de “Abdul y Alí Baba, fakires orientales”...

Mientras el antioqueño, propiamente dicho, llega a ser presidente de la república, o gerente, o dueño de “medio Bogotá”, digamos, y primate en el comercio, en la industria, en la banca, “el paisa”, indefectiblemente, llega a ser el más “perro”, el más ladino, el más entrador de los antioqueños que pueblan el mundo! Su máxima aspiración en la vida es no tener que trabajar... en nada fijo. Jamás pide limosna. Sus armas predilectas son la barbera y la labia. La segunda le sirve de llave, de ganzúa, de escalera, de palanca, de ascensor y de comida, de bebida, de posada y de potrero...Con la barbera se defiende, ataca, amenaza se abre campo y, si se le ocurre, abre un salón de peluquería y hasta un salón de belleza, a la vuelta de cualquier esquina, o en despoblado...“El paisa” todo lo vende, lo cambalachea todo, lo juega todo, todo lo “quema”, menos la navaja de barba. Y recorre todos los caminos del mundo cantando, “descrestando”, envolatando a media humanidad y echándose al hombro a la otra media a punta de exageraciones, de dichos y de cachos... ¡También acompaña todos los sepelios...antioqueños! Siempre anda limpio, pues lo que coge se lo bebe en aguardiente, o lo juega a los dados, o lo invierte en un negocio...ambulante. Nunca se acuesta sin haber comido...“de gorra”, y casi siempre está “amanecido”. Alegre, vivaz, “perdido”, avispado, azaroso, locuaz, “tigre gallinero” para las mujeres, una “lanza” para atrapar el centavo, la “mar de fiera”, para los tratos, les vemos vendiendo específicos contra todas las enfermedades, contra las mordeduras todas, sobre una mesa desvencijada en las plazas de mercado, o inventando jugarretas de toda laya para desplumar a los encantos y los más listos durante las ferias pueblerinas, o armando gresca en todas partes, o recitando en las trastiendas, o sableando a los paisanos o a los ...zoquetes, o echando piropos a diestra y siniestra, o vendiendo “micas” a domicilio... ¡En todo caso, siempre está en actividad!

Como los antioqueños son tan unidos y en ninguna parte del mundo falta, uno “establecido”, cuando un “paisa” llega al Polo Norte, o a la Cochinchina, o a Faca, lo primero que hace es averiguar dónde vive el antioqueño, y segundos después comienza a actuar: —¡Eh, Ave María!...Pero ah, lindo que te está ventiando por aquí, no?... No me digás, hermano...Pero qué bien surtidito tenés el chuzo!...—Se hace lo que se puede...—El corazón sí me decía de Medeyín qu’este era mi patio Hijuel diablo pa güeno!...

—Y vos quién sos?— ¿Pero no ti acordás, hombre?... Pues Muñoz Jaramiyo, de los nacidos en el marco e la plaza de Berrío, primo del dotor Jaramiyo, el mejor médico que ha dao Antioquia, pa que sepás!¿Ti acordás? Pues el sobrino de Esteban, de mi tío Esteban, el que le jala hasta dormido hasta las finanzas!... —Cómo no hombre, si yo también soy Jaramiyo, por parte de madre... Hasta parientes seremos con vos...Bueno, ¿y a qué vinítes para aquí?...

—A buscar trabajo, hermano... Si querés t’echo la historia...Pero pa qué vamos a perder el tiempo si ya sabés que somos de los mismos, mijo...Y en esa forma “el paisa” queda instalado en el pueblo, y después de “hacer plata” al amparo de su “pariente”, coge camino de la noche a la mañana en busca de otro miembro de su parentela del marco de la plaza de Berrío...

En materia de exageraciones, son incomparables. Capítulos y capítulos podrían escribirse al respecto. Anotaré a vuela-máquina unos pocas, cogidas al vuelo:Como en Antioquia no se desperdicia nada y allá existe el culto de las flores, los “vasos de noche” una vez son dados de baja por su manifiesta inutilidad debido a que se perforan con los...años, son empleados para sembrar geranios, los que se sacan a lucir en los balcones o corredores, de las casas campesinas. “El paisa”, para exaltar de paso esta antioqueñísima costumbre popular, dice, al hablar, por ejemplo, del General Ospina: —¡Era más antioqueño que un geranio sembrao en una vaciniya! Para denotar que un hombre es demasiado amigo de ganar dinero, agrega: —Este es capaz de morirse, pa poder alquilar la casa... Para ponderar lo difícil de una empresa colombiana:

—Es más fácil sacar una “guaca” en el aire!... Para expresar lo arruinado que está el comerciante fulano: —¡Conozca!... ¡Está más quebrao que una carga de canela!... Cuando la vida en un pueblo es muy “jarta”?: —Allá se aburre uno hasta besando a la novia... Para describir al que le saca “música” a todo:  —¡Este es capaz de sacarle capul a una calavera!... Para “retratar” lo ladrón que es cualquiera: —¡Este carga secante pa podése robar hasta las manchas de tinta!... Cuando alguien tiene una “lora” en una pierna y quiere encarecerle que se cuide mucho, se lo dice así: —¡Esta es de las tragonas!...¡Es pior que la llaga de Merejo, que se comía hasta las patas... de la cama!

En cuanto a cuentos, “el paisa” es inagotable. Va éste, que podría titularse “en vía dos mandaos”: Una vez un “paisa” dizque inventó un tónico para rejuvenecer y se fue a pueblearlo y a escampar matrimonio, de paso... La mujer era muy celosa y un día le cayó sin avisarle a Armenia, donde a la sazón “el paisa” tonificaba a la gente... Estaba en plena perorata de propaganda con la recién llegada costilla al lado, cuando para mal de sus pecados llegó una bella muchacha con un primoroso chiquillo en brazos y apenas lo vio le tendió los brazos (uno, porque de haber sido ambos, cómo habría sido el “costalazo del mocoso!...), a tiempo que exclamó: —Oye mijo, qués la cosa que no venís a darme tu abrazo!... Oír la otra, la anterior frase comprometedora y “prender” al descarao ése, fue cosa de ya! Sin embargo, éste no sólo desconcertó, sino que aprovechó la oportunidad para hacerle propaganda a su brevaje! En efecto, muy campante se disculpó en público de la siguiente manera, dirigiéndose a su cara mitad:

—Pero qué te tás creyendo, “mi reina”!... Vení te doy un beso, pa que no siás mal pensada... Ave María, si ella es mi mamá... Fue que se tomó un frasco de mi tónico, y ái la tenés en sus quince!... — Y el alepruz ése, quién es?...—interrogó la “reina” refiriéndose al niño— ¿Vaya pues... Ese?... Pues ese... adivinalo vos, que sos tan sabida!... Hijuel diablo, ese es...mi padre, que se “jartó” dos frascos!...

En materia de disculpas “el paisa” se agarra de una zarza ardiendo: En una ocasión llegó un “paisa” a pedir posada en una casa situada a la orilla de un camino y donde no había sino una alcoba y un zarzo, al cual se subía por una escalera muy empinada, casa donde habitaba con su bravísimo padre, una bella muchacha por la que el paisa echaba la baba... El viejo con precaución elemental hizo acostar a su hija en el zarzo, el tendió su cama al pie de la escalera, y al “paisa” lo acostó en la alcoba... Por ahí a la madrugada el viejo sintió un ruido bastante sospechoso en la parte alta de la escalera, encendió rápidamente un fósforo, vio al “paisa” que ya se iba a colar al zarzo, y le metió un berrido: —¿Qué hacés allá trepao, so maldito? Y “el paisa” le contestó en son de disculpa y restregándose los ojos como si estuviera medio dormido: —¡Nada, papacito...jué que rodé...escaleras arriba!... Una vez un hacendado vallecaucano quiso “dárselas” delante de un “paisa”, y al efecto le aseguró que la fertilidad de su tierra era tal, que se sembraba, por ejemplo, una lechuga en cualquier parte, y a los tres días el ganado podía escampar sol debajo de las hojas... —Eso no es nada—  respondió “el paisa” en mi finca la tierra es tan fértil, que por la mañana se siembra una mata de lino, y ya por la tarde se cogen las docenas de...calzoncillos hilvanados y con botones!...

“El paisa” es el tipo que revira con mayor rapidez  y eficacia: Uno de los numerosísimos sobrinos de don Fabio Restrepo, es de temperamento más “paisa” que el diablo. ¿Camilo?... ¿Lope?.... Mario?... ¿Uno de los otros 87?... ¡Entre el diablo y escoja! Lo cierto es que uno de éstos estaba empinando el codo (¡cómo no, que ahoritica lo identifican!...) con un glaxo medio agresivo y cobardón y quien al fin se animó a lo que los antioqueños llaman “arriársela” pero en tono menor: —Ala, mi chico querido. La acústica de “nuestra” Catedral es tan fantástica, que si yo entro y digo en voz alta: tu mamá!, a la media hora todavía el eco está repitiendo: mamá, mamá!...— Eh, hombre, no siás...(censurado el ajo...) ¡Pa acústica, la de la Catedral de Manizales! Allá te parás en la puerta, te quitás el sombrero, repetís lo que ya dijiste, y al momento el eco te responde, por si acaso: ¡LA TUYA!... Que “el paisa” no descuida ocasión de hacer o, al menos, de proponer un negocio bueno... para él, queda demostrado con patente: Una vez un “paisa” se había quedado rendido de cansancio, de hambre y de frío en un páramo por demás desolado y ya comenzaba a sentir con la innecesaria carraqueadera los primeros síntomas de la mortal congelación, cuando acertó pasar por ahí un señor, caballero en una mula santandereana de setecientos pesos. Compadecido éste del pobre y entelerido “paisa”, lo subió en ancas de su cabalgadura, le dio varios tragos de aguardiente de contrabando (que es el mejor), lo puso a fumar, le anfitrionó una pierna de gallina y hasta le pasó su bufanda para que no se fuera a resfriar... Había caminado como dos kilómetros e iba el señor haciendo el gasto de la charla cuando “el paisa” lo interrumpió y, como la cosa más natural del mundo, le dijo: —Bueno hermano...Y hablando de nuestro negocio, dígame: ¿Cuánto voy ganando yo aquí trepao?...

Y va una anécdota histórica y que demuestra hasta dónde “el paisa” es de confianzudo y “fresco”: En una ocasión llegó Jorge Gartner, que a la sazón era Ministro de Gobierno de la administración Santos, a visitar una guarnición de policía de Manizales. Estaba de centinela del cuartel un clásico “paisa”, quien aprovechando que no había por ahí un superior se había sentado con el fusil entre las piernas a tomar...el sol. Verlo el ministro en semejante posición y llamarlo al orden airadamente fue cuestión de segundos. “El paisa” sin desconectarse le dijo: —Déje la bulla, hombre!...y usted quién es?— Yo soy el Ministro de Gobierno, y usted debe hacerme los honores de reglamento! Levántese y cuádrese! Y entonces “el paisa” sin cambiar de posición ni dársele nada, le contestó: —¿Ministro de Gobierno?...¿Buen puesto el del amigo, noo?...

Finalmente, “el paisa” no puede convenir con que en cualqueir parte del mundo haya algo mejor o más alto que en su tierra... de nacimiento...Un grupo tomó a su servicio por pocas horas a un “paisa”, y aprovechó la oportunidad para hacerle propaganda a los “rascacielos” de Nueva York. Después de que le aseguró que había uno tan alto que para llegar al último piso se gastaban tres horas en ascensor ultrarrápido, “el paisa” le hizo creer que eso era nada, pues: —En mi tierra hay un edificio tan alto, que una vez se conocieron en el último piso un antioqueño y una gringa, se enamoraron al momento, se casaron al momento, y al momento resolvieron tirarse de cabeza y cuando llegaron abajo...!Ya tenían un par de mellizos!...
Sábado, Bogotá 20 de noviembre de1943.



 © Vallejo, Maryluz. Medio Siglo de Oro de la Crónica en Colombia.

©Jaime Barrera Parra

 "Jaime Barrera Parra"

Nació en San Gil, Santander, en 1890 y murió sepultado bajo el techo del Teatro Alcázar de Medellín, en 1935. Comenzó su carrera periodística en el diario La Nación, de Barranquilla y en 1928 se vinculó a El Tiempo donde se consagró con la columna Notas de Week-end. También fue el primer director de Lecturas Dominicales del diario capitalino y escribió con frecuencia las Notas del día, comprimidos con verdades como puños que hicieron escuela en la literatura periodística.

Jaime Barrera puede considerarse un renovador de la crónica periodística en Colombia, después de Luis Tejada. Introdujo en la literatura nacional el desenfreno de la metáfora y un sentido moderno del adjetivo. Algunos estudiosos afirman que con Barrera Parra se inició la generación literaria de 1930, porque pese a pertenecer al grupo del Centenario, innovó el lenguaje periodístico con formas de expresión poéticas inimitables, como bien lo señala Lino Gil Jaramillo en la semblanza recogida en este libro.

Un año antes de morir trágicamente, el famoso escritor santandereano estuvo en Antioquia como corresponsal y registró con agudeza los sentimientos, costumbres, temperamento y paisajes antioqueños. Pero, sobre todo, expresó su asombro por la pujante ciudad industrial que desató su verbo vanguardista. Su audaz lenguaje imprimía un timbre sonoro a los temas menos poéticos, como eran las fábricas y las industrias antioqueñas. Gracias a estas crónicas se ganó el título de “El Redescubridor de Antioquia”.

Uno de sus artículos más recordados es sin duda el que dedicó a Ricardo Rendón en su muerte: “Ricardo murió de un acceso de lógica. La mano firme, labrada por una fiebre de veinte años empuñó la pistola con la pericia con que esgrimiera el lápiz. El, el genio satírico más vigoroso de media América, se defendió a pistoletazos contra la vida, temeroso de morir en caricatura”.

A su muerte, sus amigos recordaron al periodista de figura alta y desgarbada, con el infaltable habano rubio en los filosóficos labios, que en su cubículo de la sala de redacción montaba guardia todos los días a la vida colombiana. Entre sus libros de crónicas periodísticas se cuentan Notas del Week-End (1933), Panorama antioqueño (1936) y Prosas (1969).
UN GRAN “DESCOMPLICADERO”: MEDELLIN
 "UN GRAN “DESCOMPLICADERO”\: MEDELLIN"
Para hacer la monografía del pueblo antioqueño no se necesita ser el conde Keyserling, porque todas las cosas están de bulto: la naturaleza, que es efusiva; las costumbres, sueltas y claras; la política, fuerte y parlante.
Uno de los hechos que basamentan la vida de estas comarcas es el amor instintivo al suelo, a “lo que da la tierra”. Un capítulo de ese libro imaginario que yo escribiera sobre todas estas sinfonías de almas y paisajes, tendría que llamarse “Olán, aguardiente, café y fríjoles”. Dentro de esta factura hay algo más que cuatro productos: hay una situación social y es lo que se pudiera llamar el terrigenismo antioqueño.
La alimentación es ancha y es sápida. Ha colaborado responsablemente en la construcción de una raza que precisamente tiene sabor y tiene anchura. La culinaria antioqueña es categórica y deleitosa. El maíz, aparentemente monótono, tiene una diversidad de expresión por otros pueblos desconocida.
En los bares corrientes, donde se consumen los licores más finos, el antioqueño de la calle —“the man in the street”— sorbe café y bebe aguardiente. Aquella “posición social” que alguien pedía para el anisado, se la dieron los antioqueños.
No se trata de abaratar el aperitivo o el alcoholismo, sino de consumir a todo trance lo espontáneo y lo natural, lo que representa el hecho económico. Desde los tiempos más campechanos, hasta estos otros más esbeltos del “Country Club”, el anís ha presidido fiestas y enredos, veladas y pendencias. En las montañas azules humeaban los alambiques del contrabando llenando de alegría corazones y bolsas. Hoy la Renta, que es una de las más ricas y guarnecidas de la República, da un licor nacional que tiene fragancia y lumbre. Se le toma con naturalidad y con orgullo, sin ponerle nombres burlescos. En las casas más chicas, amuebladas con amor y con despilfarro, provistas de bodegas suntuosas, se le ofrece al huésped una copa de anisado o de ron, porque es lo más castizo. La bebieron los fundadores del patriarcado, los que le dieron a la población antioqueña glorias y cañones, blasones y bisnietos; la tomaron los bohemios y los poetas, los revolucionarios y los políticos. Hoy, después de años y de lustros, después de que las costumbres han tomado un corte más fino, conserva el aguardiente de Antioquia, fabricado con pulcritud y sin avaricia, su renombre, su “posición social” y su aroma fino.
Olanes, muselinas, telas claras y frescas incendian las casas. Las llevan las mujeres frescas y claras, estas mujeres de ojos árabes que son el poema de Antioquia. Las mismas mujeres asombrosas portan las más finas toilettes y las más espléndidas joyas, con una distinción integérrima, lo mismo en la calle que en los salones, pero en el interior predomina la sencillez más estricta.
Esta sencillez es el mayor encanto de la vida antioqueña, es lo que les da a los hogares su tono y su atmósfera. Los niños juegan son sapiencia, con una alegría matinal. Todo es claro y fluido: la luz que se pone a saltar en los corredores y hace reverberar jardines y lozas; la conversación, deliberadamente “sin importancia”.
Medellín, que es un centro de cultura intelectual desde viejas épocas, siempre equipado por espíritus de la mayor complejidad y altitud, conversa dentro del “desabillé” verbal más gracioso. Esa propensión a lo espontáneo y a lo fácil, que parece ser una de las características de la raza, es lo que ha formado la literatura antio-queña, que es, sin duda, dentro del gran tablero nacional, la más sustanciosa. Un pueblo de epigramáticos habituales no puede pro-ducir estos relatores de la montaña, de la mina, de la venta, que tiene Antioquia.
Al margen del fenómeno general, desde los ángulos de lo personal y de lo súbito, se encuentra el observador con los más complicados espíritus de mujer, con los diálogos de sofá más arduos. Pero lo que domina la conversación es la frase rápida y el comentario a rienda suelta.
Antioquia es lo que se pudiera llamar un “descomplicadero” nacional, una gran piscina para los atormentados, para los enfermos de taquicardias intelectuales, para los intoxicados del libro y de la vida. Una antioqueña es un mecanismo de animación tan esdrújulo, que frente a él no hay Leopardis ni Werthers que no se rindan.
Alegría de vivir. Gana de vivir. Impulso y temperatura. Todos estos componentes, diluidos dentro de una dosis perfecta, sensibles al turista que llega por estos valles, producen una sensación física de descanso.
Universitario capitalino que andas literalmente deshecho de trescientas psicopatías, roído por unas amarguras traducidas del inglés, del francés y del italiano, víctima de un universo que no conoces, vente a mi balcón del Hotel Europa. Todo esto que ves: los árboles, el agua, las mujeres y el cielo, se han hecho para reedificarte. Si la neurastenia de Medellín se cura en Arranca-plumas, la fatiga de Bogotá se disuelve en la “Quebrada-arriba”.

El Tiempo, 2 de marzo de 1934.


EL QUINDIO HA MUERTO "EL QUINDIO HA MUERTO"
La inauguración de la línea directa Bogotá-Cali representa para la aviación nacional una de sus más cumplidas victorias. Si desde el punto de vista material implica la posibilidad del viaje de ida y vuelta entre la capital vallecaucana y el altiplano dentro del lapso de cuatro horas, significa, desde el ángulo óptimo la burla de la máquina a las más arriscadas montañas de la república.
“El Quindío ha muerto”, declaraba ayer uno de los periodistas que viajaron a bordo del trimotor “Cali” cuando la máquina orgullosa, después de haber salvado los abismos más espantables del Tolima y de Caldas, proyectaba su sombra de pájaro apocalíptico sobre las llanuras tolimenses, y momentos después sobre la Sabana de Bogotá, sociable y amorosa para la rueda.
El Quindío era el rodadero nacional por antonomasia. Con él se nombraba la epilepsia geológica y topográfica que hizo de este país un siervo de la vertical, obligándolo a vivir dentro de embudos sucesivos. El Quindío era la vorágine sobre la cual robustecieron las piernas a una raza de conquistadores y labradores, en un cuadro de proporciones épicas. Y es precisamente desde la ventanilla del trimotor como se puede admirar en toda su luz y su geometría lo que fue la colonización sobre los abismos. Las ciudades que allí florecieron al paso de las hachas imperativas son un grito, de afirmación, que no puede destruir la ironía más enciclopédica.
De regreso a Cali, volando entre la niebla sobre la llanura vallecaucana, toda temblorosa de sus pastos y de sus aguas, de sus garzas y de sus reses, de su luz que repiquetea sobre las pupilas, descendimos al aeródromo de Cartago, sabedores de que allí terminaba el viaje risueño para arruinarnos la aventura. Allí comenzaba el Espanto porque iba a comenzar el Quindío. Se quedó atrás el Cauca y el río de la Vieja. De pronto brilló Calarcá, que era el camino de la muerte. Se estiraba la cinta de la carretera a Ibagué con un serpenteo malicioso y las ciudades y las aldeas, los paseríos y los burgos. Se sentía el frío de la altura. Alguien se puso muy nervioso e hizo reflexiones inofensivas sobre los avances de la aviación, sobre la seguridad en la ruta aérea. Todos conversábamos casi a gritos como para acrecentar la velocidad y espantar las nubes. Viajábamos sobre un adefesio de colinas y ranuras que sólo hacían amables las casitas y los sembrados. Abajo, a cuatro mil metros o algo más, la vida era amable. Era la vida lógica de los hombres con su rancho, con su mujer, con el corral donde pastan, lentas, las vacas. El aire es el camino de los cóndores. Y estos cóndores de acero y de aluminio, con su corazón y su entraña de gasolina, aumentan la taquicardia de la vida contemporánea, acorrada, bajo la velocidad como bajo un látigo. Vimos a San Miguel de Perdomo, tierra amable para quienes la atraviesan en automóvil, a pie o en borrico. Ya sospechábamos la cercanía de Ibagué, que era un hipotético campo de aterrizaje. Fulgió el Combeima con reflejos de estaño líquido. Comentamos, procurando divertirnos con la retórica, el poema de la revolución tolimense salido de la inspiración de Darío Samper, que conoce el vino del Gualanday, el caney, los llanos y los palmares. Fue entonces cuando estalló el júbilo del viajero y el diagnóstico refrescante. El Quindío “había muerto”. Había muerto como un instrumento de pánico. Pero vivía con su jeta abierta, con su formidable jeta botánica, con su feracidad espantable, con su alma perpendicular, amasada bajo las pezuñas de los bueyes. Y vimos llenos de claridad infantil al río Magdalena. El trimotor se tragaba espacios. Isócronos y firmes, sus motores ronroneaban el imperial orgullo de su dominio. Bajo ellos, ya se despeñaba Cundinamarca, con su ferrocarril a Girardot, con su carretera de Salgar, con su hotel Apulo. Una alegría geográfica se apoderó de todos nosotros. A la derecha y a la izquierda surgían las poblaciones que conocíamos: Sasaima y la Mesa, Agua de Dios y San Juan del Río Seco. Pero todo ese plano inclinado que dulce parecía comparado con los murallones del Cauca, con las barrabasadas geométricas del Quindío.
Y nos dedicamos a charlar, masticando “chiclets”, que son una estrategia del aeronauta. La goma de mascar evita el mareo y le da a quien la masca cierta sensación de inocencia. La inocencia es un argumento jurídico contra los accidentes aéreos. Y toda esa horizontal verde e imperturbable que ya nos acariciaba los ojos era la Sabana de Bogotá, que es la traducción al francés del Valle del Cauca. El Valle es patético. La sabana es rigurosamente flemática. Pero el uno y la otra son el descanso de las alturas. Brillan las palmas y los eucaliptos dentro de la hermandad más perfecta. Llegamos a Techo. Hundimos los talones en tierra firme. Alguien sacó un reloj e hizo esta advertencia: “Del Guabito a Techo, dos horas y cinco minutos”. Es así como se enuncia el poema. Lo demás es pura aeronáutica. Para qué describir el paisaje aéreo? Ese paisaje es muy voluble. Se viaja por entre algodón o se viaja por entre añil. Desde la altura se ama la tierra, la tierra que es la patria de la hormiga, del perro y del hombre, del helecho y de la enredadera. Y se entiende la concepción arrevesada de la pintura, y la originalidad furiosa del Cosmos. Las inundaciones del Cauca dejaron aguas muertas que relampagueaban con relámpagos de amatista, de zinc de antimonio. Toda esa variedad química la atrapaba el ojo desde el avión y no se puede ver de otra manera.
La importancia social y económica que tiene la ruta aérea Bogotá-Cali debe ser tratada en distinto modo, lejos del carrusel metafórico. Desde esta página desmayada, puro esquema cromático e imperfecto de un viaje feliz que inició uno de los más interesantes servicios de la aeronavegación en Colombia, presentamos nuestros más profundos y sinceros agradecimientos a las altas dignidades de la “Scadta” y a todo el personal que nos facilitó la perfecta realización de la correría [...] (restan dos párrafos de agradecimientos...).
El Tiempo, 21 de octubre 1934.






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